Jesús perdona a una mujer adúltera

03 abril 2016

En seguida se retiraron cada uno a su casa. Jesús se retiró al monte de los Olivos: Y al romper el día volvió según costumbre al templo; y como todo el pueblo concurría a él, sentándose se puso a enseñarlos. Cuando he aquí que los escribas y fariseos traen a una mujer cogida en adulterio y, poniéndola en medio, dijeron a Jesús : Maestro, esta mujer acaba de ser sorprendida en adulterio. Moisés en la ley nos tiene mandado apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices a esto? Lo cual preguntaban para tentarle y poder acusarle. Pero Jesús se inclinó hacia el suelo, y con el dedo escribía en la tierra. Mas como porfiasen ellos en preguntarle, se enderezó, y les dijo: El que de vosotros se halla sin pecado, que le tire la primera piedra. Y volviendo a inclinarse otra vez, continuaba escribiendo en el suelo. Mas, oída tal respuesta, se iban escabullendo uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta que dejaron solo a Jesús y a la mujer que estaba en medio. Entonces Jesús , enderezándose, le dijo: Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Y Jesús compadecido le dijo: Pues tampoco yo te condenaré. Anda, y no peques más. Juan 7.53–8.11

Miseria y misericordia.

Los escribas y fariseos se habían lanzado a buscar alguna acusación para desacreditar a Jesús; y aquí creían que le podrían colocar entre la espada y la pared de manera que no tuviera salida. Cuando surgía una cuestión legal difícil, la costumbre era presentársela a un rabino para que decidiera; así es que los escribas y fariseos le trajeron a Jesús a una mujer que había sido sorprendida en adulterio.
Desde el punto de vista de la ley judía, el adulterio era un grave delito. Los rabinos decían: «Un judío tiene que morir antes de cometer idolatría, asesinato o adulterio.» El adulterio era, pues, uno de los tres pecados más graves, y se castigaba con la pena de muerte, aunque había algunas diferencias en cuanto a la manera de ejecutarla. Levítico 20:10 establece: «Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos.» Allí no se especifica la forma de la ejecución. Deuteronomio 22: 2324 establece el castigo en el caso de una mujer que ya está comprometida. En ese caso, ella y el que la sedujo se traerán fuera de las puertas de la ciudad, «y los apedrearéis, y morirán.» La Misná, es decir, la ley judía codificada, establece que la pena por adulterio es la estrangulación, y hasta el método de la estrangulación de detalla: «El hombre se meterá en estiércol hasta las rodillas, con una toalla suave enrollada al cuello (para que no le quede ninguna marca, ya que el castigo es castigo de Dios). Entonces un hombre tirará en un sentido y otro en otro hasta que el reo muera.» La Misná reitera que, en ese caso, hay que lapidar a la mujer. Desde el punto de vista puramente legal, los escribas y fariseos eran perfectamente correctos. Aquella mujer debía morir apedreada.
El dilema en que pensaban meter a Jesús era el siguiente. Si decía que la mujer tenía que ser apedreada, había dos consecuencias. La primera, que Jesús perdería su reputación de piadoso, y ya nunca se le llamaría « amigo de los pecadores». La segunda, que entraría en conflicto con la ley romana, que prohibía a los judíos dictar y ejecutar sentencia de muerte. Si decía que había que perdonar a la mujer, dirían inmediatamente que Jesús enseñaba a quebrantar la ley de Moisés, y que estaba condonando y hasta fomentando el adulterio. Los escribas y fariseos creían que Jesús no se les podría escapar de la trampa; pero Él le dio la vuelta al juicio de tal manera que hizo recaer la acusación contra los acusadores.
Al principio, Jesús estaba inclinado y escribiendo en el suelo con el dedo. ¿Por qué? Hay cuatro posibles razones.
(i) Puede que quisiera sencillamente ganar tiempo y no dar una respuesta precipitada. En ese breve momento puede que estuviera pensándose la cuestión, y presentándosela a Dios.

(ii) Algunos manuscritos añaden: «Como si no los hubiera oído.» Puede que Jesús obligara deliberadamente a los escribas y fariseos a repetir la acusación, para que se dieran cuenta del sadismo que encerraba.


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