Génesis 32
Ánimo para el camino
De camino a la tierra prometida, Jacob tuvo una experiencia interesante. Ángeles de Dios, mensajeros suyos, le salieron al encuentro: «Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro unos ángeles de Dios. Dijo Jacob cuando los vio: ‘campamento de Dios es este’, y llamó a aquel lugar Mahanaim» –vv. 1-2.
Mahanaim significa «dos campamentos» o «dos compañías». Jacob vio que no estaba solo, y después de organizar a la compañía que iba con él en dos –v.7ss.–, había otra de ángeles que Dios había enviado para proteger a Jacob y a su familia.
Sin duda alguna, esto era muy alentador de parte de Dios, lo que mostraba a Jacob que no estaba solo y que no tenía necesidad de temer a su hermano Esaú. Dios pondría en orden todas las cosas según Su providencia, y aseguraría la llegada de Jacob a Canaán. Dios era el oculto Comandante del ejército de Jehová, ordenando enérgicamente a Sus guerreros sobre la tierra –Jos. 5:13-15. A la vez Él era Jehová de los ejércitos, rodeado de miríadas de ángeles –1 Reyes 22:19; Isa. 6:1-3.
Él dispone de todos los medios, y los ángeles están listos para cumplir sus mandatos. Tienen un poder desbordante, cumplen Su palabra y escuchan Su voz. Son los ministros que hacen Su voluntad –Sal. 103:20, 21. Dios ha enviado a estos siervos para acudir al rescate de Sus hijos. Ellos son espíritus ministradores enviados para servir a los que serán herederos de la salvación –Heb. 1:4. Permanecen bajo las órdenes de Dios. Jacob dijo que formaban el «campamento de Dios».
Toda autoridad me ha sido dada
Cuando arrestaron al Señor Jesús, dijo Él a Pedro que el Padre le proveería de más de doce legiones de ángeles si se lo pedía –Mat. 26:53, 54. Esto hubiera significado un poder terrible, porque sabemos que un único ángel podía destrozar a casi un ejército entero –2 Crón. 32:21. Pero Cristo no solicitó la ayuda de estos ejércitos celestiales, ya que las Escrituras tenían que cumplirse. ¿No debía Cristo sufrir estas cosas y entrar en Su gloria? Como hombre glorificado, Dios le ha sentado en Su diestra por encima de toda principalidad, fuerza, poder y dominio –Efe. 1:21. Dentro de poco, Él utilizará estos ejércitos de ángeles para abatir la tierra y vencer sobre Satanás –véase Apoc. 12 y 20.
Cristo no sólo posee este ejército celestial, sino que posee también a sus guerreros en la tierra, los que ha redimido del poder de Satanás. Es sorprendente que a este ejército en la tierra se le atribuya la victoria final sobre Satanás –Rom. 16:20; Apoc. 12:11. Estos dos ejércitos están ocupándose de obtener la victoria sobre Satanás, y nosotros tenemos la sólida promesa de que el Dios de paz aplastará bajo nuestros pies al enemigo de nuestras almas dentro de poco tiempo.
Los dos campamentos de que habló Jacob están llenos de significado. Hay ejércitos celestiales y terrenales que, al fin y al cabo, luchan con Satanás y sus huestes que todavía habitan en los lugares celestiales –véase Dan. 10:10ss; Efe. 6:10ss. Estos dos ejércitos son conducidos por el Señor mismo, pero no existe el contacto entre ellos, de lo contrario correríamos el riesgo de adorar a los ángeles y de inmiscuirnos en las cosas ocultas e invisibles –Col. 2:18; 1 Tim. 1:4; 6:20.
Desde nuestra unión con Cristo, poseemos ya un lugar más elevado que los ángeles. Nosotros los juzgaremos –1 Cor. 6:3–, pero por el momento nos debemos a nuestra Cabeza en el cielo, con la que estamos estrechamente unidos, y dejar que ella dirija nuestros conflictos con el enemigo. Con todo, es muy práctico ver que estos poderosos guerreros permanecen a Su disposición y que Él se sirve de ellos en Su providencia.
Jacob echó una mirada al mundo invisible a fin de ser alentado para el camino. Con el profeta Elías se establece una experiencia similar. Él no la necesitaba, ya que confiaba en Dios y sabía que los ángeles le acompañaban. Dijo entonces a su siervo: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos». El ejército celestial que estaba con ellos era mayor que el del enemigo. Luego Elías rogó por su siervo: «Te ruego, Jehová, que abras sus ojos para que vea. Jehová abrió entonces los ojos del criado, y éste vio que el monte estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego alrededor de Eliseo» –2 Reyes 6:16,17.
La presencia de estas miríadas de ángeles deberían alentarnos, aunque no las podamos ver. Sabemos que están haciendo la voluntad de Dios, pero nosotros tenemos que librar nuestras propias batallas contra el enemigo, dependiendo de Dios, quien también controla a estas huestes celestiales. Estos poderosos siervos tienen que llevar a cabo la tarea que Él les asigna. Ahora cumplen la voluntad del Hombre Cristo Jesús, el Dios bendito por la eternidad, que prevalece sobre todos.
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